Meditación en el deporte (parte I), por Marcial Perez
Esta habilidad de control mental no es mágica ni esotérica, puede aprenderse mediante una ejercitación intensiva.
En la película “7 años en el Tibet”, el Dalai Lama mostraba su interés en la tecnología cuando observaba automóviles y relojes. Quizás esos atisbos expliquen que muchos años más tarde se reunieran él y un nutrido grupo de monjes budistas con un grupo de neurocientíficos, entre quienes se encontraban Richard Davidson y Daniel Goleman. El objetivo del encuentro era desentrañar las raíces neurales de los efectos de la meditación. Muchos estudios de monjes en estados de meditación dentro de escáneres dieron lugar a sorprendentes nuevos entendimientos de los beneficios que esa práctica milenaria resultaba tener en los seres humanos.
La meditación produce cambios fisiológicos en el cerebro tal como el volumen de los tejidos en determinadas áreas lo evidencian. Quienes la practican también experimentan efectos psicológicos muy positivos: esencialmente reaccionan más rápido y mejor a los estímulos externos e internos de la mente y son menos propensos a sufrir ciertas formas de estrés.
En un estudio realizado por Richard Davidson en el año 2008, se evidenció que los monjes con más horas de meditación incrementan la actividad eléctrica en la banda gamma en las cortezas frontal y parietal, propia de ciertos grupos de neuronas activos y dispersos asociados con la atención focalizada.
Científicos de la Wake Forest Baptist han publicado durante 2015 en el Journal of Neuroscience, nueva evidencia de que la meditación mindfulness reduce el dolor más efectivamente que un placebo, mediante la activación de dos áreas cerebrales específicas asociadas con el auto control y desactivando el tálamo, que actúa como la puerta de acceso a la información que accederá el cerebro. Los probandos que experimentaron un descenso más elevado en la intensidad del dolor mostraron asimismo un incremento de máxima actividad en la ínsula derecha y en ambos lados de la corteza cingulada anterior. Los sujetos con mayor reducción de las molestias de dolor exhibieron una activación más marcada en las regiones de la corteza órbito frontal, así como una reducción en el tálamo (entrada de la información sensorial). La consciencia plena en todas las formas de meditación sirven para controlar las emociones y dar forma al impacto que acontecimientos externos (símbolos, sonidos o temperaturas) pueden tener sobre el cerebro sensorial. En la meditación, regiones pre frontales selectas que profundizan hasta el tálamo reducen el flujo de información aferente desde la periferia y con ello, el dolor.
En el estado meditativo de consciencia plena se logra una activación cerebral más intensa de las zonas paralímbicas, asociadas al sistema nervioso autónomo (automático y no voluntario) y a la interocepción (percepción de las sensaciones corporales). Según señala Katya Rubia de la Universidad de Londres, se activan más las zonas frontoparietales y frontolímbicas vinculadas con las capacidades atencionales. Se refuerza la actividad de la corteza pre frontal izquierda asociada a las emociones positivas, la corteza cingulada anterior (implicada en la percepción del dolor) y la ínsula (implicada en las sensaciones internas). Y cuando la tristeza llega, nada mejor que esta variante, puesto que reduce su impacto mediante una atenuación corporal de los sentimientos.
La meditación no debe confundirse con la relajación muscular ni mental, ni con poner la mente en blanco. Se trata de activar estados mentales que nos conecten con el aquí y el ahora, con atención y concentración, atenuando emociones negativas llevándonos a un estado de paz mental. Esta habilidad de control mental no es mágica ni esotérica, puede aprenderse mediante una ejercitación intensiva.