A esta selección le falta alegría, disfrute, confianza y expectativas, por Marcial Perez
Ni con Messi ni sin Messi...
La decepción que nos causa la actuación de nuestra querida selección argentina se profundiza ante el desconcierto de sus causas. Con la celeste y blanca puesta, los jugadores parecieran olvidar no solo cuestiones tácticas sino, más grave aún, los atributos técnicos que les permitieron cruzar el océano para aterrizar en un futbol super profesionalizado y de altísimo nivel.
Lo adjudicamos a una falta de actitud, a una táctica mezquina, a ciclos cumplidos y a otras innumerables y creativas razones que esgrimimos desde nuestro hemisferio cerebral izquierdo que es capaz de argumentarlo todo sin sonrojarse. Y cuando los muchachos élite vuelven a sus equipos, se ven felices de refugiarse en ámbitos donde se sienten contenidos, respetados, valorados e incluidos. Pero cada regreso al nuevo continente con el intento de acercarse a Rusia, pareciera un tormento para estos muchachos, puesto que ni ellos mismos pueden explicar sus asimétricos desempeños europeo y sudamericano. Eso sí, la industria de los medios agradecida. La opinión genera infinitos escritos y dichos que entretienen, enojan, entristecen o quizás hasta convenzan a algunos.
Lo cierto es que podríamos recurrir a la ciencia para esbozar una explicación más novedosa. ¿Cuál es el nivel de los jugadores, el de Europa o el de América? Yo diría que los dos, según sea el ámbito que los convoque. Martin Seligman nos ha explicado el concepto de resignación aprendida por el que un individuo aprende a resignarse ante fallos repetidos. Esto ocasiona un desbarranque emocional difícil de remontar, a menos que el líder sea capaz de encontrar nuevos recursos, sobretodo emocionales, para revertir la situación. El contagio emocional o “Ripple Effect”, investigado por un tal Sigal Barsade, nos dice que es posible generar entornos nutritivos o corrosivos, según sea el estado emocional imperante de los más influyentes. Esto no es responsabilidad para cualquiera, sino para esos personajes capaces de hace reír, disfrutar y estimular, aún en las condiciones más adversas. Hoy sabemos que las áreas motoras en las cortezas motora y premotora, las cortezas suplementaria y presuplementaria, la corteza parietal, los ganglios basales y el cerebelo, todas a cargo del movimiento voluntario, tienen conexiones de ida y vuelta con las redes cerebrales emocionales. Esto es, las emociones negativas afectan los programas motores complejos, los movimientos simples, y hasta limitan la energía que necesitamos para realizar cualquier acto motor. La falta de motivación afecta no tan solo a nuestra psiquis sino también a las señales cerebrales que parten del cerebro dirigidas a nuestros músculos. Los entornos, entonces, condicionan el rendimiento motor. No importa que ganen mucho dinero puesto que éste no mejora los estados cognitivos necesarios para los mejores desplazamientos y las decisiones de juego en general. La incentivación monetaria no es incentivo para el futbol y lamento derribar este mito en una línea.
Quizás las soluciones deban buscarse a nivel del cambio emocional, con un conductor que posea estas habilidades de gestionar las emociones propias y de otros, con una mirada de la vida y una sabiduría que deje ridiculizada a cualquier crítica, con la capacidad de generar adhesiones desde la alegría y las nuevas expectativas de entrar a un campo de juego a divertirse, como en el potrero, como cuando éramos chicos.
Y para no dejar este escrito en el ámbito del ensayo y acercar una propuesta, yo elijo reirme con un payaso, quiero escuchar una entrevista que me robe una sonrisa, que me sorprenda con el absurdo, que me cautive con la metáfora. Si ya sabe de quien estoy hablando, por favor ayudeme a encontrarlo…