LOS DOCENTES SOMOS COMERCIANTES, por Marcial Perez
Intercambiamos mercancías. Comerciar es convencer a un potencial cliente de que nuestro producto tiene más valor que el que él da a su dinero. Y bajo esa premisa, le será conveniente entregarlo para beneficiarse con su valorada adquisición.
Las empresas buscan desarrollar productos de calidad, posicionar su imagen asociada a valores como la confianza, la innovación, el estatus, el compromiso o lo exclusivo. Las ofertas de valor poseen rasgos de imprescindibilidad, reducen la incertidumbre a la vida, provocan mayor aceptación social, otorgan cualidades distintivas al usuario y se asocian a estilos de vida exitosos, como una fragancia sofisticada, una tarjeta de crédito o un automóvil. Estos atributos convocan, seducen, atraen hasta que la venta se produce. En cambio, el aprendizaje como producto es poco atractivo. Requiere esfuerzo, concentración, produce resultados en el largo plazo. Poco entusiasmo genera volcarse a ellos con las prácticas habituales de enseñanza. No caben dudas que ser docente o vendedor de aprendizajes es una tarea complicada. La competencia es dura. Estamos desbordados de mensajes de ascenso rápido, de elevados sueldos para “hijos de”, del robo impune, de nivelar éxito con popularidad mediática, de transformarse en bailarín con unas semanas de práctica, de ampulosos y emotivos discursos vacíos de promesas sin verdades. Pretender ser docente en estos tiempos, exige hacer uso de recursos de la ciencia para ser competitivos y eficaces y por sobre todo, de recurrir a la creatividad y la pasión por transformar vidas.
Los docentes comerciamos, negociamos a cada momento con los aprendices, los estimulamos, convocamos y movilizamos a vivir y adoptar valores, interpretaciones y construcciones de realidades, a apasionarse por algo en la vida. Todo va quedando inscripto en el cerebro de cada sujeto, para elegir bien y motivarse a aprender durante toda la vida. Damos afecto, expresamos nuestra confianza en ellos, nos comprometemos con los resultados que alcancen. La paga que recibimos a cambio es en emociones de adhesión, de atención espontánea, de acciones orientadas, de pensamiento voluntario y de movimiento. Esas son las monedas de cambio que cada estudiante puede ofrecer, solo que somos nosotros los educadores profesionales quienes debemos ayudar a descubrirlos para que los utilicen y se concrete la transacción educativa. Ayudar a alguien a motivarse es promover su atención plena en un pensamiento o actividad motora, que encuentren significado y sentido, que generen expectativas y desafíos apenas superiores a sus capacidades. Sólo así se abrirá la puerta de la atención voluntaria que los lleve al cerebro emocional, quien tomará la decisión de involucrarse con la vida. Si tenemos que solicitarle reiteradamente que nos preste atención, es porque ya no está ahí y algo no estamos haciendo bien. ¿Salimos a la calle a coercionar clientes por su dinero o bien los seducimos con una propuesta?
En cada empresa hay un saber fundamental, una especialización que establezca las diferencias con la competencia, un saber hacer que produzca primero la supervivencia y luego el crecimiento del negocio. La empresa educativa tiene en los mecanismos cerebrales de aprendizajes su conocimiento diferencial. Aprendizajes de la curiosidad, de la fuerza de voluntad, de la felicidad, de la pasión, del afrontamiento de la dificultad y del error o el fracaso, de tolerar recompensas inmediatas, de construir objetivos comunes, de las creencias adecuadas de uno mismo y del mundo donde vivimos, de la capacidad de asumir riesgos y de tomar decisiones, de la colaboración con otros y de despojarnos del ego vulnerable que nos quita libertades. Todo esto es vital para el desarrollo propio y de un país, mucho más importante que conocer la longitud de un río, la capital de tal o cual país o de enumerar cronológicamente los hechos de la historia. La empresa educativa debe conocer la ciencia del aprendizaje, actualizarse, de abandonar las citas a Piaget y Vigotzky como sus principales referentes cuando ya hemos entrado al cerebro para comprender lo que estos dos adelantados en sus tiempos, no comprendían aún.
No se trata de enseñar o transferir desde un cerebro que más sabe a otro que sabe menos, sino de lograr que cada cerebro haga sus propias producciones y valoraciones a partir de las habilidades del educador. Tenemos productos de enorme valor para ofrecer, pero no se ven, no sabemos hacerlos visibles, no tenemos formación en ventas, ni en la empatía ni en el contagio emocional. Si fuésemos más actores que enciclopedistas, quizás lograríamos que el cuadro de resultados de la hoy quebrada empresa educativa mejore, con más “clientes”, con más “ventas”. Podemos comenzar hoy mismo a proponer una experiencia con la intención de vender aprendizajes y sueños, activando almas que llenen con la serotonina de la satisfacción nuestro cerebro que ansía recompensas. Si, somos comerciantes, vendemos futuro con la experiencia presente. No hay que avergonzarse del concepto comercial ni aferrarse a inútiles tradiciones desgastadas, si eso nos llevará a producir resultados medidos en vidas que merezcan vivirse. Sólo el inconformismo, la esperanza y la acción producen transformaciones. Cuando dejemos de erigirnos en meros guardianes del conocimiento y seamos facilitadores de aprendizajes, lo habremos logrado. Pongámonos en acción, con ciencia, con convicción, con rebeldía para vender nuevos rumbos, porque si el sujeto a transformar fuese su hijo, no dudo que lo haría.