Emociones en el fútbol, por Marcial Perez
¿Es posible entrenar la mente para que supere los obstáculos que convocan las emociones que la nublan?
La palabra pasión encuentra sus raíces en el padecimiento y el sufrimiento. El concepto es contrario a la acción, es pura pasividad.
Esto nos habla de una vulnerabilidad ante factores que nos someten a estados emocionales que apresan, que nos quitan la potestad de elegir. Sin embargo también hablamos de pasión cuando fluimos completamente inmersos en una actividad a la que nos entregamos con plena consciencia en ello. ¡Y qué bueno que así sea! Aquí somos plenamente activos aunque pasivos a lo que sentimos y nos sucede en esa interacción con la experiencia.
En definitiva también nos entregamos en esos actos de creación. Quitar pasión es entonces conveniente o inconveniente según las circunstancias. Podríamos asociar el control de la pasión a ser más cerebrales que emocionales, regulando mejor nuestra voluntad consciente y haciendo honor al tan vapuleado libre albedrío. Ser inteligente en una disciplina o campo requiere no sólo conocer los aspectos técnico, táctico y estratégico, sino también el dominio de las respuestas ante estímulos que intentan doblegarnos mediante la pasión, llevándonos a torcer rumbos por caminos que se alejan de los objetivos más elevados.
Acostumbramos a elogiar a un deportista cuando domina la técnica como nadie, a un técnico de fútbol cuando pareciera que maneja los hilos de la táctica o a un dirigente deportivo cuando guía una institución por el camino del orden y de los éxitos. Sin embargo nos cuesta identificar las causas de los bochornosos acontecimientos que se viven a menudo en trifulcas de potrero ocasionadas por desafiantes actitudes de pavo real en un alarde de poder como el mejor primate lo haría. Si, mucha animalidad en estas acciones de lucha primitiva. Nos cuesta comprender que los deportistas, técnicos y dirigentes no son tan inteligentes en estas cuestiones.
No asociamos con claridad la disputa antirreglamentaria a la falta de aprendizaje en la gestión de las emociones, a sortear estímulos distractores o a concentrarse en los objetivos de un juego lleno de riqueza conceptual. La pasión domina al deportista anulando cualquier destreza elogiable. ¿Es posible entrenar la mente para que supere los obstáculos que convocan las emociones que la nublan? ¡Claro que sí! Y es responsabilidad de los líderes conducirlos hacia la consecución de estas capacidades.
Cuando un estímulo desafiante llega a la mente no entrenada, actúa como una llave que encuentra cerraduras con las que se abren las puertas de las emociones, los sentimientos y las acciones de respuesta inapropiadas. Las llaves/estímulo siempre seleccionan cerraduras preexistentes propias de cerebros no entrenados en vez de instruir al cerebro de cómo crear una. Y lo que existía podría no haber existido dando lugar a una obra completamente diferente.
El estímulo de una palabra hiriente o una falta desleal provocan en el individuo receptor una emoción que desemboca en un sentimiento que activa una red de pensamientos conscientes negativos que pronto llevarán a tomar una represalia torpe, a la vista de todos, arriesgando los objetivos del equipo y los personales también. El dolor emocional que desencadenó una lista de acciones que nada tienen que ver con el juego, aunque quizás sí lo tenga con el espectáculo que una sociedad violenta demanda, ya no será reversible. La mente no entrenada fue vulnerada dejando en posición de derrota y sin respuestas a todos.
En tiempos donde la ciencia nos indica nuevos caminos para el crecimiento y la transformación personal, es indispensable informar que estamos ante una desinteligencia colectiva que sufre su ignorancia sobre la fisiología de los propios procesos mentales y de cómo desarrollarla para obtener de ella el máximo beneficio para todo un grupo. Las neurociencias nos dicen que quien se apropie antes de las metodologías de entrenamiento mental, será quien se beneficie y destaque por sobre los demás que continúan deambulando sin rumbo.
Es de inteligentes entrenar la mente. Entrenar la mente nos hace más inteligentes. Cuando seamos testigos de un nuevo desencuentro deportivo, sepamos que esto siempre puede evitarse si los dirigentes y técnicos supieran cómo adiestrar y optimizar las facultades cognitivas y emocionales que esperan ahí, expectantes, a la práctica diligente que las reclute.