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El Engaño - Parte II, por Marcial Perez
Publicada el 28/06/2016
El engaño descubierto es la injusticia desnuda. El futbol no quiere justicia, quiere engaño, porque precisamente es la base de las diferencias que lleva a desnivelar paridades...
El engaño promueve el triunfo y la derrota. Aprendemos y entrenamos el engaño, en forma de técnicas, tácticas y estrategias.
Así de extremo es este juego de pasiones asimétricas. No queremos la tecnología que esclarezca todo. La evitamos, así como evitamos todo acto justo capaz de abolir emociones. El mismo reglamento la rechaza. La regla es que haya duda y confusión. El periodismo quiere engaño para elogiarlo, e injusticia para condenarla.
Mentir en tiempo y posición, con gestos y movimientos. No es la justicia lo que genera debate y polémica sino la injusticia, aunque nos duela, porque también nos regocijaremos con la que nos favorezca, algo más placentero que el logro justo. ¿Acaso hay algo más deseado que ese triunfo dado por un penal viciado de nulidad, en tiempo de descuento y sobre el rival histórico? La cultura que subsume el juego, define la valoraciòn de los actos.
Por estas tierras, la viveza criolla es exaltada. Pero en otros países es denostada por vil. Según donde se juegue, las normas morales cambian y aunque el reglamento sea el mismo, la intención y la tangencialidad a las reglas puede ser mayor o menor. Se juega como se vive. Y de tanto en tanto emociona el jugador que, alienado del derecho a sufrir, exhibe una extraño acto auto condenatorio anulando su injusto gol. Una justicia que hasta nos sugiere insolente ingenuidad. ¿Por que lo hace si es la injusticia quien debe triunfar? El mismo hecho condenable promueve dichos aún más injustos que lo que se quiere reparar.
Los sinónimos se hacen antónimos y tan alejados que quizás encuentren complementariedad. El hincha no será tan pasional si una cámara lauda. ¿Para qué hacerlo y perdernos las emociones que genera la injusticia? Hay deseos de venganza, de infortunio ajeno, ira encarcelada, regodeo de superioridad, queja y gozo eternos, satisfacción e insatisfacción que danzan juntos en torno al mismo suceso. No tiene remedio. El engaño y la injusticia son parte esencial de un todo al que nutren y dan sentido. La mano de dios no es menos justa que un penal bien sancionado, pero de éste nadie se acuerda y aquella será siempre evocada con nostalgias y rencores y, al fin de cuentas, la memoria existirá.
Balanceándose en torno al fiel, el engaño y el descuido negocian un desequilibrio que definirá su inclinación irreversible. Ese irreductible punto donde volverá a nacer la expectativa de una nueva oportunidad de triunfo. En un futuro quizás ya no exista este deporte, cuando las fuerzas de la moralidad penalicen la emotiva incertidumbre. Sólo en ese momento añoraremos el evolutivo dolor de la injusticia, promotora de emociones coloridas y de las sensaciones propias de sabernos vivos